pongamos que hablamos de obviedades

…y de repente me vi defendiendo obviedades como que la cultura es ante todo intercambio de experiencias, de formas de entender la vida, de diferentes perspectivas desde donde mirarla, de afectos, de construcción colectiva de pasado, presente y futuro… Estímulos para seguir creciendo y desarrollándose como persona y como colectivo. Emoción compartida que de sentido a la vida. Experiencias, vivencias, emociones, afectos, recuerdos, ilusiones, deseos, luchas compartidas, reflexiones, contradicciones…

Y entonces me debatí entre el bochorno de desbordar mi pasión en defender evidencias como la copa de un pino, y el pensar qué mal estamos para haber llegado aquí. ¿En qué momento de despiste dejamos que la lógica mercantilista invadiera el terreno de la cultura y los indicadores de rentabilidad económica y los criterios cuantitativos pasaran a valorar la calidad de las experiencias y emociones?

¿Qué grado de responsabilidad tiene una formación en gestión cultural basada en gestión de recursos y en planes de viabilidad, por encima de educar en sensibilidad, respeto y sensatez para la intermediación desde el conocimiento de contextos y lógicas diversas, para enriquecer y posibilitar experiencias con sentido?

Y en un arrebato de optimismo me dio por pensar que quizá el fracaso de la ficción del concepto “industria cultural”, unido a la imposibilidad de seguir defendiendo una cultura institucional del espectáculo y especulativa (os dije, arrebato optimista), permita recolocar a la cultura en el lugar de donde jamás debió salir.

Pongamos que hablamos de personas, no de consumidores. Pongamos que hablamos de procesos, de experiencias para el desarrollo personal, de relaciones y afectos, no de productos de consumo. Pongamos que hablamos de obviedades.