Cultura, derecho social básico?

En los últimos días el sector cultural ha parecido despertar de un largo letargo. Ha tenido que sufrir una última estocada, que yo personalmente consideraría esencialmente simbólica de una escala de valores y de prioridades, para que los profesionales de la cultura manifiesten abiertamente su indignación ante lo que ha sido una escalada de retroceso acelerado en los derechos sociales básicos conquistados tras siglos de lucha. Pero aquí os dejo los posts de @mardiaca y @rafamilan que lo exponen estupendamente en su blog: En defensa dels drets socials y Connexions amb valor afegit .

Nos consolamos con aquello de mejor tarde que nunca? Y sospecho que no soy la única a la que la reacción tardía le ha generado varias dudas e incomodidades… Esta misma mañana @sirjaron iba hurgando…: “va, entre nosotros y ahora que no nos oye nadie, ¿estáis #porlacultura o #porlasindustriasculturales?”

Ha sido necesario esperar a que se implantara una subida del IVA, que afecta esencialmente a productos culturales surgidos de las llamadas “industrias culturales”, y, por supuesto, al resto de la cadena, para que los profesionales de la cultura se rebelaran contra lo que era un ahogo progresivo de la cultura de base, pero, sobretodo, contra lo que era un atentado hacia derechos esenciales, de los cuales la cultura es sin duda uno más

…sin duda?

Cuando hablamos de cultura como derecho social, de qué cultura hablamos?

Parece evidente que cada persona tendrá su propia visión de lo que entiende por cultura. Y existen infinidad de definiciones más o menos reconocidas y legitimadas que no voy a recuperar aquí. Me temo que esto es simplemente un espacio de catarsis personal y me permitiré el lujo de pensar en voz alta por qué considero la cultura como derecho básico, lo siento.

Parece evidente que hemos fracasado estrepitosamente a la hora de trasladar a la ciudadanía la vivencia de la cultura como necesidad básica. Al fin y al cabo la industria cultural se ha referido siempre a ella como consumidora pasiva y anónima, una cruz más a contabilizar en un contexto en el que rentabilidad cultural se basaba en rentabilidad económica.

Entonces de qué cultura y de qué derecho hablamos?

Sin duda uno de las consecuencias de la sociedad capitalista ha sido el aislamiento del individuo y el desprestigio de la cultura como elemento esencial para el crecimiento personal.

Evidentemente resulta mucho más sencillo (y rentable) gestionar (y manipular) una ciudadanía supuestamente homogénea, consumista, aislada y con escaso hábito de organización colectiva, que una ciudadanía madura, crítica, con sentido de responsabilidad hacia su vida y su entorno y con capacidad de autogestión. Una ciudadanía con herramientas y libertad para interpretar la realidad desde su complejidad, elaborar lecturas personales y actuar a partir de las mismas. Una ciudadanía activa, no simplemente consumidora pasiva.

En este contexto capitalista, la cultura no podía pasar a ser más que un producto industrial a rentabilizar. Consumo de cultura de espectáculo para masas.

…como derecho social básico sería algo cuestionable, verdad?

El concepto de sociedad que reconoce la cultura como derecho básico, en mi opinión absolutamente personal, es una sociedad que reconoce a los ciudadanos como personas portadoras de riqueza en forma de emociones, valores, creencias, vivencias, símbolos… Una sociedad que ofrece y propicia espacios de relación y de intercambio de perspectivas, para el enriquecimiento a partir del contraste, del diálogo, incluso del conflicto. Hablamos de aquello que diferencia a los humanos de otros seres vivos…, suena a bastante básico, no?

Y para que el intercambio y enriquecimiento mutuo sea posible, es para mí imprescindible garantizar espacios de encuentro, y dotar a la sociedad de los elementos necesarios para proteger un ecosistema cultural rico y diverso, garantizar su accesibilidad y posibilitar la participación de la ciudadanía en la construcción de su propio entorno. Espacios de libertad creativa donde se favorezca la multiplicación de prismas desde donde interpretar la realidad. Poesía, abstracción, denuncia, ironía… Propuestas que nos embellecen la existencia, nos incomodan, nos dotan de herramientas para la comprensión del contexto… Diferentes posiciones y perspectivas posibles y enriquecedoras que permiten huir de una visión plana y homogénea de la existencia, y que nos permiten seguir creciendo y desarrollándonos como personas y como colectivo. Que nos permiten abordarla como seres humanos pensantes y sociales. …suena a bastante básico, verdad?

Seremos capaces de recuperar lo que entiendo como la esencia de la cultura para poder defender sin duda alguna la cultura como derecho social básico?

Acerca de delirandounpoco

...y me dio por delirar un poco... (suele pasar) ...la versión oficial? algo así como gestora, consultora, comunicadora cultural..., o algo parecido...
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24 respuestas a Cultura, derecho social básico?

  1. propensa dijo:

    La cultura es tan importante como la educación en una sociedad. Todo parte de ellas, y lo saben, no te creas. De hecho, las están (mal)tratando igual.

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  2. propensa dijo:

    No, si es que creo que la educación sin cultura no son más que conocimientos sin interpretar.

    Ay, es que es deprimente, sí, pero en el «suena a bastante básico» está el diablo. Ni los derechos, ni lo social, ni lo básico. El concepto a evaluar hoy en día, como bien dices, es la rentabilidad, y su venenosa lógica es tremendamente fácil de explicar. Cuánto peligro en las «explicaciones», ains.

    Y gracias a ti, que a veces olvidamos debatir y luchar por las evidencias 🙂

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    • Yo creo que la educación no debería limitarse a acumulación y transmisión de conocimientos, sino también a dotar de capacidades y herramientas para su interpretación. Y sin duda, la cultura es una de ellas, y fundamental.
      Muchísimas gracias por tus comentarios!

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  3. Kyla dijo:

    En las últimas dos décadas la cultura nos salía por las orejas y ya ves como estamos… Eso de que sin cultura somos esclavos es una patraña. Quizás sea al revés visto lo visto.
    La industria cultural es como la banca. Instrumentalizan la cultura en beneficio de unos pocos. Que nadie se engañe. Tenemos más cultura que nunca a nuestro alcance. Se dramatiza en exceso.

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    • gracias por tu comentario, Kyla. Precisamente lo que cuestiono es de qué tipo de cultura y de qué tipo de acceso estamos hablando. Cultura por las orejas por la cantidad de edificios supuestamente dedicados a usos culturales construidos? De producción de objetos de consumo a rentabilizar, económicamente hablando? Hasta que la cultura no sea evaluada de acuerdo al valor de la experiencia significativa generada, no creo que podamos hablar de cultura como la entiendo. Gracias!

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  4. jaron dijo:

    Hola Cris,
    a mi también me gustaría poder pensar que el acceso a la cultura, al igual que al acceso a la sanidad o a la educación, es un derecho fundamental de toda la ciudadanía.

    Me gustaría pensar que la cultura nos ayuda a formar juicios críticos, entrar en diálogo con otras personas, abrir nuevas perspectivas en torno a la realidad, nos ayuda a pensarnos en común, nos ayuda a construir una identidad colectiva y nos ofrece pistas y posibilidades por las que poder desarrollar nuestra personalidad.

    Me gustaría poder pensar que la cultura nos ayuda a construir subjetividades más complejas, expandir nuestros espectros emocionales, explorar las posibilidades de nuestros cuerpos, ahondar en ciertas ideas, profundizar en nuestra vida sensible y dotarnos de nuevos elementos para comprendernos mejor.

    También me gustaría pensar que la cultura nos puede proveer de visiones críticas, puede constituir una fuente de conflictos, puede suscitar y promover formas de antagonismo, puede poner un crisis los espacios y discursos normativizadores, puede iluminar las diferentes esferas de valor en las que vivimos, puede alentar el disenso y proveernos de un imaginario de formas de lucha y éxodo.

    Por todo ello me gustaría poder concebir la cultura como aquello que nos dota de palabras, lenguajes, imágenes y espacios para poder ser en común.

    Para que la cultura sea todo esto y no una serie de veleidades y entretenimientos de ciertas élites, propuestas populistas para distraer al trabajador de su rutina, formatos caducos que se repiten y reproducen en cualquier lugar, espectáculos vacuos que sólo persiguen cautivar nuestra atención, un conjunto de imágenes y discursos que reproducen los privilegios de clase, imaginarios masculinos heteronormativos y excluyentes, privilegios de ciertas minorías ilustradas o imposturas intelectuales, hemos sido testigos de años de protestas, demandas y luchas protagonizadas por diferentes sectores de la sociedad.

    Al igual que el poder tener acceso a una educación pública o a la sanidad universal, el acceso a una cultura crítica, plural y rica es fruto de sucesivas conquistas sociales. Al igual que lo que está pasando con la educación y la sanidad, estos derechos y conquistas están siendo cercenadas, vilipendiadas y destruidas con una pasmosa celeridad.

    El cierre en cadena de instituciones culturales (públicas, privadas y de gestión común), la desarticulación de tejidos culturales (desde centros sociales autogestionados, equipamientos de barrio, salas de exposiciones, teatros, salas de conciertos, festivales literarios a museos y grandes fundaciones, pasando por centros cívicos, salas de cine o recitales de poesía) y el expolio continuado al que se han visto la entidades culturales (como el Guggenheim Bilbao o el Palau de la Música) constituyen ejemplos de la destrucción orquestada de nuestros derechos.

    Los mecanismos y estrategias que se han seguido son variados y de diferentes intensidades. Desde el estrangulamiento consensuado de gran número de iniciativas y colectivos que en su momento optaron por seguir programas y planes de emprendizaje, la muerte lenta a la que se ven sometidas numerosas instituciones que han de asumir una creciente carga burocrática y administrativa acompañados de una continuada merma de recursos, la agónica muerte por dejadez a la que se han visto expuestas algunas de las instituciones y espacios más significativos del Estado, la destrucción por agotamiento del cerebro y el talento de muchas de las personas que trabajan en la cultura, las trabas administrativas y jurídicas a las que se enfrentan los espacios autogestionados o la imposición de cargos políticos al frente de espacios e iniciativas culturales a las que son completamente ajenos (seres idiotas que se merecen todo nuestro desdén), son tan sólo ejemplos de esta destrucción.

    Me gustaría pensar que frente a esta destrucción sistemática de nuestros recursos, saberes e instituciones se podría organizar una resistencia activa que no se caracterice por posturas sectoriales que buscan salvar su nicho, presupuesto o chiringuito. Me gustaría pensar que lo que se intentan salvar son las conquistas sociales y políticas logradas por nuestras madres, abuelas, padres, tíos y tías.

    Haciéndonos eco del famoso lema proferido por los intermitentes del espectáculo “Ninguna cultura sin derechos sociales” nuestras protestas no son para proteger ciertos privilegios o cargos, constituyen una reacción frente a los ataques y violencia sistémica a la que nos estamos viendo sometidos en nuestro día a día. En menos de una década se han destruido derechos y conquistas que había costado siglos edificar. Es necesario dejar claro que la cultura no es una empresa, un lujo, una tradición ni mucho menos un sector. Es el sustrato sobre el que se basan nuestros saberes, idiomas y nuestra riqueza común. La cultura somos todas nosotras y eso es lo que quieren recortar.

    También soy consciente de que eso que se ha venido a llamar el sector cultural paulatinamente, y muy acomodado en la bonanza económica, se ha ido alejando de otros movimientos sociales y ha permanecido alejado de luchas y demandas en las que no se veía identificado. El ombliguismo y cierto corporativismo del sector ha hecho que sea complejo establecer ciertas alianzas o que no se le mire con cierto recelo.

    Igualmente, la obsesión por defender la cultura en términos puramente económicos, dejándonos llevar por ideas de clases creativas, industrias creativas, ciudades creativas, etc. ha puesto a la producción cultural en un sitio muy incomodo. En parte ha sido uno de los facilitadores de los procesos económicos cuyas consecuencias padecemos en estos momentos. A su vez este acento economicista nos ha dejado sin muchos argumentos para justificar la actual valía de la cultura.

    Sería difícil argumentar que en estos momentos hay un marco de política cultural con una dirección clara o con unas bases que ayude a orientar el futuro de la producción cultural. Sabemos que esta crisis no es pasajera y que va a tocar los cimientos del Estado del bienestar tal y cómo lo veníamos conociendo. Por ello no podemos ni mirar atrás añorando los años de pujanza puesto que sabemos que ya no van a volver. Lo malo es que no sabemos muy bien hacia qué futuro mirar. ¿Cómo se va a imbricar la cultura en la constitución de instituciones comunes?¿Cómo va la cultura a deshacerse de ese omblismo formal y político en el que ha ido sumiéndose?¿Cómo puede contribuir a repensar el papel de lo público sin caer en luchas sectoriales o de representatividad?

    Si sabemos que el derecho al acceso a la cultura es un derecho tan esencial y necesario para la ciudadanía como el derecho a la educación o a la salud, tenemos que imaginar formas de defender estos derechos de forma conjunta. Tenemos que empezar a olvidarnos de aquello que llamábamos “el sector” y empezar a considerar la cultura como aquello que permea y se desarrolla gracias a la fuerza de la cooperación de personas en aquello que llamamos “lo social”.

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    • …qué decir a un comentario que debería ocupar el lugar del post? Gracias, sólo gracias por decir lo que pienso con las palabras adecuadas!!

      Sólo un par de cosas… En cuanto a cómo contribuir a repensar el papel de lo público e imaginar formas de participación, accesibilidad y defensa conjunta de derechos ciudadanos, en un contexto en el que nos enfrentáramos simplemente a una crisis económica, deberíamos encontrarnos en una oportunidad única de replantear sistemas de gobierno abiertos, que contemplaran la corresponsabilidad de la ciudadanía desde la complementariedad y el compromiso mutuo. Esquemas de colaboración en red, flexibles, ágiles, que reconocieran la legitimidad externa y la capacidad de autogestión como riqueza y como ejercicio de ciudadanía participativa y madura. En los que la institución se limitara a ejercer el principio de subsidiaridad para garantizar la diversidad, acompañando y complementando.
      Aunque fuera por pura necesidad. Aunque fuera por llenar esos colosales edificios para usos culturales en peligro de quedar en desuso. Aunque fuera por detectar falta de «consumidores culturales».
      Pero en un contexto de crisis de concepción de lo público y de defensa institucional de derechos hasta ahora considerados básicos, y de absoluto desprecio hacia la ciudadanía, quizá será más realista y sin duda mucho más interesante empezar a trabajar desde el propio tejido social, desde donde no se debería haber dejado nunca de trabajar.

      Ahora bien, a riesgo de parecer contradictoria… Yo no renunciaré a defender el derecho y la necesidad de reivindicar el papel de los profesionales de la cultura (con todas las revisiones de lo que una categoría tan ambigua puede incluir). Porque sí creo firmemente que la investigación, experimentación, profundización, reflexión, accesibilidad, etc., requieren trabajo y tiempo de maduración. Como en cualquier otro ámbito. Pongamos en cuestión modelos productivos, criterios de evaluación, políticas culturales, dinámicas sectoriales, estrategias y prioridades. Reivindiquemos la participación, la creatividad colectiva… Pero no matemos a los profesionales de la cultura o perderemos en gran parte la garantía de esa diversidad y calidad que también defendemos como derecho.

      Ahora es cuando abrí la veda para que me caigan dardos de por todos lados (glups!), pero creo firmemente que estoy siendo honesta y no contradiciéndome. Acaso no todos educamos, si entendemos que la educación se expande a todos los ámbitos, momentos, y a través de todas aquellas personas con las que nos tropezamos en la vida? Y acaso no reconocemos que son necesarios unos profesionales de la educación sin parecernos una contradicción?

      Y ahora es cuando profundizar requiere una larga y estupenda sobremesa… Mil gracias por dedicar tu tiempo a seguir mis inquietudes, de verdad!

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  5. Paula dijo:

    Hola Cristina,

    «Parece evidente que hemos fracasado estrepitosamente a la hora de trasladar a la ciudadanía la vivencia de la cultura como necesidad básica.»

    Creo que en esta frase del post se condensa todo aquello que ha hecho de la cultura algo ageno que nadie està dispuesta a defender. La ciudadanía no necesita que le trasladen nada, en serio. La cultura está en un proceso de reapropiación por parte de la cuidadanía y siendo sincera creo que más que defender deberíamos derribar. Respeto mucho a las trabajadoras de la cultura pero el proceso de desmantelación que vamos a vivir no será el fin de nada, e incluso apuesto que será el principio de algo muy potente.

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    • Querida Paula. Muchísimas gracias por tu comentario. Totalmente de acuerdo en lo desafortunado de mi expresión, muy probablemente fruto de contradicciones o inercias. Gracias!

      Entusiasta como tú ante la perspectiva que se abre en un nuevo contexto que obliga a replantear dinámicas y planteamientos, recuperar el espacio que jamás se debió perder, Un nuevo reto y marco de lo más estimulante y esperanzador, en el que la ciudadanía se resiste a ser reducida a consumidora pasiva, en la que el tejido ciudadano vuelve a reclamar su propia voz y su propio espacio de actuación.

      Ahora bien. Personalmente sí creo que el desmantelamiento de un tejido de posibilidades diversas y del trabajo de profesionales con capacidad de dedicar creatividad y tiempo a investigar, reflexionar, provocar, es una seria pérdida.

      Porque, a pesar de que la experiencia previa y el horizonte cercano de valores y principios de lo público me conviertan en una utópica sin remedio, sigo creyendo en la diversidad y accesibilidad como derechos y deberes institucionales. Y en lo público como garante de complementariedad frente a la cultura marcada por los intereses del mercado. Y en la existencia de profesionales que puedan dedicar creatividad y tiempo necesario para la investigación, reflexión, profundización que pueda enriquecer el abanico de posibilidades y experiencias, perspectivas y miradas. Como un elemento más de ese magma en ebullición activo, dinámico y poroso que es una ciudadanía, un tejido cultural formado por la interacción de valores, símbolos, creencias individuales y colectivas.

      Pero por supuesto, es mi simple opinión!

      Muchas gracias!

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  6. ryukenichi dijo:

    Hay una cuestión (si se me permite la intromisión) que es importante y es la capacidad de ejercer juicios críticos. La información en si no es cultura; esto es solo datos en bruto. Si queréis lo podríamos llamar «procultura» del mismo modo que se usa en la «provitamína-D». La capacidad de ejercer pensamiento crítico es lo que permite pasar de «sociedad de la información» a «sociedad culta». Y siendo la infoxicación y la simplificación del pensamiento contemporáneo las características de esta sociedad («folletinesca», con sus Abalorios digitales) ; el principal problema es la falta de capacidad de generar cultura a partir de la información. Sin caer en paternalismos educativos, no perder de vista una buena propedéutica cultural es, para mi, imprescindible. La alta cultura es imprescindible como ya señaló Marcuse, pero el fomento del pensamiento crítico es fundamental para crear una sociedad culturalmente funcional.

    Y perdón por un pensamiento excéntrico. 🙂

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    • …pues será que somos un par de «excéntricos», pero totalmente de acuerdo!
      y ahí es donde a mí se me hace absolutamente imposible concebir cultura sin educación. Entendiendo educación como el desarrollo de capacidades para ejercer ese pensamiento crítico que permite transformar información en conocimiento. Y el enriquecimiento de perspectivas posibles desde las cuales cuestionar dicha información, elaborarla, «asimilar la provitamina», como lo que entiendo yo como cultura.
      …o algo parecido!
      gracias!!!

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  7. Varios breves comentarios al hilo de alguien en la periferia del ámbito cultural (aunque esto me lo discutan mis afines) y tomando inspiración de otro ámbito (la antropología) que ha hecho de la cultura su objeto de investigación paradigmático.

    La figura del derecho a la cultura me resulta las más de las veces una fórmula insuficiente por su inconcreción. Creo que el asunto está en (i) cuáles son los derechos del derecho a la cultura y sobre todo (ii) de qué cultura estamos hablando.

    La cultura es para los humanos como el aire, la hay allá donde respiran. La cuestión es qué tipo de cultura queremos, así que quizás una fórmula como ‘el derecho a la cultura’ debería ir seguida inmediatamente de su calificación. O dicho de otra manera, en mi opinión habría que comenzar a poner apellidos a la cultura desde el principio: ‘el derecho a la cultura crítica y plural’ como dice Jaron. Reclamar el derecho a la cultura, en general, pueden hacerlo incluso aquellos cuya producción simbólica detestamos.

    En segundo lugar, y nuevamente mirando a la antropología como inspiración. Hay antropólogos/as que se dicen antropólogos sociales (tradición británica) y otros que dicen de sí ser antropólogos culturales (EE UU). Cada uno de ellos reclama un objeto distinto de estudio, la cultura unos, la sociedad otro; aunque pongan los ojos sobre las mismas realidades. No cuesta entonces mucho señalar que cuando hablamos de cultura hablamos de la sociedad, así que un argumento en defensa de un cierto tipo de cultura es un argumento en defensa de cierto tipo de sociedad; y eso creo que es necesario ponerlo en el frente de nuestras argumentaciones (que de hecho se insinúa en el post y los comentarios). Esa cultura crítica y diversas ofrece las condiciones para una sociedad democrática, quizás participativa, abierta…

    Y finalmente, a Paula le rechina esa frase: “Parece evidente que hemos fracasado estrepitosamente a la hora de trasladar a la ciudadanía la vivencia de la cultura como necesidad básica”. También a mi me rechina. Suena a un planteamiento muy jerárquico en la producción cultural. Y no voy a entrar yo en señalar los problemas que eso plantea que doctores tiene la iglesia y expertos tenéis en el ámbito de la producción cultural.

    Un comentario final. Parece que el lenguaje de los derechos está ahora en boca de todos nosotros/as (para bien o para mal), el derecho a la cultura, el derecho a la ciudad, los derechos de propiedad intelectual… y sin embargo, el derecho es un concepto increíblemente esquivo y problemático que nos ubica entre lo legal, lo moral y lo ideológico. Y comienzo a pensar si resulta productivo pensar a través de los derechos o si hemos de explorar otras maneras de pensar la producción de maneras de habitar el mundo y nuestras reclamaciones políticas para ello.

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    • Hola, Adolfo!
      Millón de gracias!

      Pues empezaré a discutirte firmamente tu periferia. Si algún ámbito es para mí representante y significativo del cruce indisociable para mí entre lo cultural y lo social, e imprescindible a la hora de recuperar su lugar de encuentro, es precisamente la antropología.

      A partir de ahí, absolutamente de acuerdo contigo con todo. Como bien dices, creo que es imprescindible empezar a “poner apellidos a la cultura”, matizar y explicitar concepciones de cultura, un término tan ambiguo y abierto y desde el que difícilmente se pueden plantear defensas tan vagas como el “derecho a la cultura”.

      En cuanto a tus recelos hacia el concepto derecho, por mi parte, derecho como reivindicación ideológica y política, sin duda alguna. Con repercusiones legales y morales, por supuesto.

      Y “derecho a la cultura” entendiendo el derecho a perspectivas críticas y diversas como condición indispensable para garantizar una base desde la cual desarrollar una sociedad verdaderamente democrática y su enriquecimiento a partir del cruce de miradas y modificaciones de ángulos desde los cuales contemplar y cuestionar la realidad.

      (…dudando si controlar mis impulsos delirantes o si seguir con mi desvergüenza a cambio de disfrutar de vuestras aportaciones. Gracias!!)

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  8. Pingback: Debate entre Cristina Riera y Jaron Rowan | Cultura Libre

  9. LaFundició dijo:

    Hola a todas. Pasamos el día de ayer oyendo el runrún en Twitter sobre el post de Cristina y los comentarios y la verdad es que por algún motivo hemos sentido la necesidad de sumarnos a la conversación.

    En primer lugar porque nos parece, al igual que a Adolfo, aunque quizás siguiendo un razonamiento algo distinto, que la cultura no puede ser, no es, un derecho; al contrario, pensamos que la cultura es siempre un recurso, algo que cubre una necesidad y que siempre sirve a los intereses de alguien en la consecución de sus objetivos. La idea moderna de una cultura autónoma, desinteresada y trascendente es una ilusión que encubre los intereses de aquellos grupos sociales a los que dichas manifestaciones culturales sirven y representan de manera encubierta. 

    Nos parece que entonces la cuestión debería ser: ¿cual es la manera más justa de gestionar, proveer y apropiarse ese recurso que es la cultura? 

    No hablamos de justicia equitativa, no se trata de garantizar el acceso de todos a una cantidad igual del pastel de la cultura; si la cultura es un recurso, no se trata de uno finito como, pongamos por caso, el petróleo, que podría ser repartido a partes iguales. Ese es el modelo que regía, al menos sobre el papel, la gestión estatal de la cultura: la cultura es una y el Estado es el garante de que todos tengamos acceso a una porción idéntica de cultura. ¿Acaso no es ese el espíritu, cuando no la letra, de ciertos programas de fomento de la lectura, de la obsesión porque cada ciudadano lea un determinado número de libros al año o por arrastrar a millones de escolares a las salas de los museos?

    De modo muy diferente, nos parece que la cultura, como recurso, se asemeja más a un bosque, o a uno de esos pastos que siempre se sacan a colación cuando se habla de los recursos de uso común. Al igual que los pastos, la cultura necesita de un trabajo de provisión; la cuestión primordial es cómo se distribuyen esas tareas de provisión y, sobre todo, cómo se distribuyen y quien puede apropiarse de la riqueza que producen. Hablamos de riqueza en términos de valor simbólico y social, y también dinerario, aunque no necesariamente. Y por descontado, hablamos de economía y no de crematística.

    Más aún, la cultura es un campo de batalla en el que actores sociales con posiciones desiguales de poder dirimen qué miradas, qué explicaciones del mundo y qué maneras de estar en él son válidas y cuales no. Como dice Ramón Grosfogel, el éxito del sistema capitalista ha sido hacer que los que están socialmente abajo piensen epistémicamente como los que están arriba, y en ese logro han jugado un papel importante tanto la cultura como la educación. 

    La derecha reaccionaria, ultraconservadora y ultraliberal -a su manera- de este país no viene a aniquilar la cultura y la educación, viene a desmantelar la cultura y la educación existentes e instaurar las suyas, las de los grupos sociales a los que verdaderamente sirve; del mismo modo en que la burguesía ilustrada organizada bajo la forma política de los estados-nación democráticos, vino a instaurar, mediante la cultura y la educación entre otros instrumentos, su manera de entender y organizar el mundo, arrasando no sólo con los valores de la aristocracia, sino, y es lo que a nosotros nos importa, con toda una serie de saberes y formaciones culturales propias de los de abajo. Hasta tal punto que aquellas personas fueron llamadas ‘incultas’, cuando en verdad nadie es inculto; Freire, entre otros, lo sabía muy bien: hay personas iletradas o analfabetas, pero nadie carece de una cultura. No podemos olvidar que esta desposesión cultural coadyuvó a la subordinación de determinados grupos sociales, y que hasta hace dos días, nuestra cultura y nuestra educación, con todas sus instituciones, agentes, figuras reconocidas, etc. era heredera directa de ese proceso histórico. Ya lo decían algunos ilustrados españoles: salen más baratas las escuelas que las revoluciones.

    Por todo esto quizás no haya que pedir que nos devuelvan lo que nos están quitando: los museos, las escuelas, lxs profesionales del arte… Sino luchar para -como en el fondo creo que todxs venimos a decir- poder instituir nuevas formas de gestionar la cultura, el conocimiento y el aprendizaje que sean más sostenibles y que permitan a cada unx desarrollar al máximo sus capacidades sin limitar las de lxs demás. Entrar en detalle sobre cuáles serían esas formas, cómo organizarlas y cómo instituirlas nos requiere ahora un esfuerzo que nos sobrepasa, pero podemos irlo hablando si os interesa.

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  10. Nani Soriano dijo:

    Gracias Cristina, como siempre por plantear las cosas y convocar a todos a repensar y gracias siempre a Sirjaron por su capacidad tan envidiable de concreción y análisis, así como Adolfo apuntillando certeramente, ambas realmente brillantes. Me ha costado pero me atrevo a aportar mi visión quizás más práctica, aunque perdonad por la extensión y el volver a redundar en los mismos conceptos pero es sintomático de que estamos enrocados, queremos defender esquemas que sabemos y constatamos que han sido válidos y nos enfrentamos al desmantelamiento total o casi, de lo que hemos luchado tanto y durante tantos años ..y la resistencia en si misma nos bloquea. Debemos quizás aceptar y renunciar, y luego empezar a construir.
    A mi , como currante de esto más que teórica, me gustaría que reflexionáramos sobre las tendencias que hay detrás de estas primeras ideas, que parten desde dos conceptos de Cultura, una que delimita la cultura a un sector ( visión empresarial) y otra que entiende la cultura como un componente transversal de todas las competencias y ámbitos humanos.
    Este debate industrias versus culturas, aludiendo a un tuit “ @Sirjaron va, entre nosotros y ahora que no nos oye nadie, ¿estáis #porlacultura o #porlasindustriasculturales?” De entrada es equívoco, ya que ese término ha sido una convención que no existe, primero porque Industrias como tal hay pocas, aquí lo que existen son las “minipimers”.. empresas de un autónomo que básicamente se lo hace y se lo guisa solo y contrata temporalmente a otros fanáticos de la cultura que sobreviven algo dignamente haciendo sus proyectos.
    Son dos modelos que bajo mi criterio pueden y deben cohabitar. Negar la existencia de trabajos artísticos que desde hace cientos de años han sido financiados, que componen un intercambio económico entre poseedores y productores y que productos surgidos de esos sectores tienen un valor innegable a nuestro imaginario colectivo, además de generar estructuras profesionales de grandísima calidad, negar ese valor, es igual de retrógrado que pensar que debido a que la cultura es un hecho transversal en la sociedad y que todo el mundo tiene acceso a la misma y libertad de realizarse en el tipo de cultura que necesite, no se necesita intervenir de ninguna forma por que sería una manera de condicionar las libertades y promocionar una cultura por encima de otra.
    Si, es cierto, lo he posicionado en modelos muy extremos. Pero así lo vemos claramente.
    Hemos evolucionado como sociedad de la información y es cierto que tenemos acceso a productos culturales, y digo bien “productos” de manera globalizada. Y ello no significa que tengamos cultura, también es cierto. Porque para que una sociedad tenga cultura no necesita sólo tener acceso sino y más importante, tener criterio para diferenciar el valor de los productos que sólo son entretenimiento y ocio y los que son cultura y luego un código para descifrar esa lectura artística y aprehenderla, por asimilación o disrupción a su bagaje personal, posibilitando con ello que la experiencia intelectual o vivencial artística se convierta en estrato de su construcción humana personal, y así con la suma de las construcciones se establecería la construcción cultural social.
    El problema es que por motivos economicistas o bien de ausencia de políticas culturales de entidad con criterios técnicos indispensables, hemos llegado a la amalgama de mierda – perdón – en la que nos encontramos. La ausencia de la nada. No hay ningún parámetro real y contrarrestado sobre el que construir. Nadie, ni ningún estamento tiene claro a qué se dedica, porqué y con qué partidas económicas. Salvo el omnipresente Patrimonio – competencia que deberíamos adjudicársela a Presidencia o Turismo ya que su gasto nos dinamita todos los recursos – sólo existen unos hábitos de uso adquiridos.. convenciones formales, de hecho: damos dinero a financiar esto, aquello, esta institución, esta otra.. más por efecto de costumbre que de determinación de los porqués y los paraqués de toda política.
    No hemos evaluado nada, por tanto nada tenemos, porque y toda la razón a Jaron entramos – algunos, como esta servidora, lo combatimos hasta desgastarnos en el desierto- en la evaluación cuantitativa: el beneficio económico o número de asistentes. “Esto lo mantiene el público, esto genera: pues este es el modelo válido”, uno que cumple realmente las expectativas de la sociedad, ¡es ella misma la que lo refrenda con su asistencia! E incluso sabemos que se trampean los datos para poder aparecer en prensa con unas cifras supuestamente exitosas. Trampa mortal para la Cultura, muy bueno para las Industrias, se dice, pero no, era bueno para las Instituciones Culturales, que es otra tipología, entes autónomos dependientes de los poderes públicos que concentran la mayor inversión económica pública en el sector. Y que deben “justificar” sus altas partidas presupuestarias.
    Y ahora no tenemos nada concreto que defender. Cuando hablamos de sanidad o de educación, sabemos a qué nos referimos, sabemos que sería absurdo pedirle talasoterapia al sistema, por más buena y beneficiosa que sea para la salud, y por otro lado entendemos perfectamente que si queremos sacarnos el carnet de patrón de yate tenemos que apuntarnos a una academia privada; la sociedad sabe qué es prioritario abordar desde lo público en ambos casos, pero aquí no , en cultura no, todo ha sido susceptible de recibir ayudas públicas y como hemos condicionado a la sociedad a ese gran cajón de sastre, pues ahora eso mismo da libertad absoluta a cualquier poder para demoler todas las estructuras, menos el Prado y el Acueducto de Segovia.. y pegar recortes sin ningún criterio proponiendo cierres de bibliotecas por falta de personal mientras cedo gratuitamente espacios para grandes conciertos – aumentando los gastos directos- e incluso les doy además una partida económica. https://docs.google.com/file/d/0B4Lo3ONwbXviRThPSVBOQTZzNFE/edit?pli=1
    Esos dos lemas construidos a mi parecer erróneamente: “todo es cultura y a todo tenemos acceso”. Son la base del problema. Y si estas dos razones son válidas no podemos defender una intervención política concreta, pues demostraría que es un sector productivo como cualquier otro.
    Para solucionar este constante desequilibrio del péndulo entre transversalidad y sector, y entre los equilibrios economicistas y sociales, debería primeramente el sector cultural diferenciarse, o exigir su diferenciación, del sector del entertainment, del sector de los eventos y del sector del Turismo Cultural. Esto no implica que empresas e incluso profesionales pudiesen o quisiesen trabajar en diferentes ámbitos. No deberíamos ser pacatos y/o clasistas. Por ello debemos instar a las políticas públicas a que preserven el carácter de necesidad y garante social. Hoy como decía Elena de Diego en un artículo citando un friso de un teatro de la ópera europeo…. “Ahora más que nunca todo lo bello, todo lo bueno, todo lo indispensable”. Y no lo traigo para plantearnos el conflicto sobre la cultura de élite y lo que es considerado bello. .. ¡Ampliemos la mirada al hecho cultural de hoy día y a nuestros nuevos conceptos de cultura y de sostenibilidad de la misma!.
    Necesitamos diferenciación para saber que es lo que ponemos en la lupa, a qué queremos que el estado o la sociedad, garantice, vele, proteja e impulse.
    Quizás tendríamos que hacer un encuentro en un territorio inaccesible e incómodo, un debate de días o de semanas, con representantes del sector y representantes s políticos y sociales y establecer esos mínimos indispensables de protección y promoción. Buscar no sólo el dinero que evita el desastre, la pérdida de un tejido mínimo cultural, sino el marco para que el huerto cultural sea un territorio fértil, dentro del latifundio del sector cultural, al que también es bueno que defendamos como a cualquier otro sector empresarial, más siendo este uno de los sectores que más reparte sus beneficios y que genera consumos asociados de otros sectores productivos. Y encima no es contaminante.
    Y dejando a un lado las políticas lingüísticas y de identidad nacional que son una instrumentalización de la cultura casi tan perversa como el economicismo de la misma. ¡Que no saliesen de allí hasta que llegasen a un acuerdo, rememorando la constitución del doce!.
    Y puede ser que empecemos a caminar.
    Una separación adecuada no debería ser entendida como una lucha o competencia desleal de las empresas y los trabajadores culturales que operan actualmente. Podría ser el I+D de toda la industria creativa. Y podría financiarse a través de un fondo que saliese del no desdeñable 4% con el que aportamos a este país PIB producido por todo el sector creativo-cultural y que fuese revertido en el sector como Responsabilidad Social para con la Cultura, además del consabido mecenazgo aún por delimitar. Este debería de poder ser administrado por criterios técnicos objetivos y no poner la dirección de esa exención fiscal en manos de las empresas. El fruto de esa buena gestión eso sería un verdadero caldo de cultivo que se permeabilizaría a la sociedad enriqueciendo además otros sectores creativos.
    De ese fondo podríamos directamente, sin demasiada estructura, posibilitar desde la financiación sostenible de la creación cultural, hasta los proyectos culturales que los ciudadanos como productores necesitan y deben realizar. A modo de programa Puntos de Cultura puesto en marcha en Brasil por el Gobierno de Lula.
    El problema es que lo que llamamos industrias culturales han crecido alrededor del motor de comprador del estado y ahora nos hemos quedado sin el único comprador. Un estado que ahora recorta patas y destruye pero que no repiensa que su propio modelo era indefendible por ineficiente, ya que si sumamos la estructura administrativa de cultura en cualquiera de los estamentos nos encontramos que en el sostenimiento de la misma se queda la mayor parte del gasto, con lo que entramos en la paradoja de que para que la población disfrute de productos o programas necesitamos 8 veces su coste para pagar la estructura interna que los produce. Desde Ayuntamientos a Ministerios. Técnicos locales que cobran 60.000 euros brutos + costes de s.s. y que tienen en su mano 30.000 euros para administrar en todo un año. Definitivamente los buenos parámetros de la empresa, como los valores de la eficiencia, la eficacia y la efectividad no han sido parámetros de las políticas culturales.

    Pero este debate no es ajeno a la sociedad, es muy similar en otros sectores, tenemos derechos, si, pero derechos que no se les posibilita de vías eficaces para su realización y que no son sostenibles. Por tanto sucede como en el concepto de justicia, el hecho de que se hagan leyes no implica que sean justas ni que sólo su existencia sea garante de la misma. Hay que ejecutarla y si no tenemos medios pues entonces hemos perdido, de hecho, el derecho. Por tanto, para ejecutar ese posible y deseable derecho cultural tenemos urgentemente en estos tiempos que explicitar cuales son los mínimos, a qué renunciamos para salir adelante. Y eso es lo que nadie pone sobre la mesa, las renuncias. Sabiendo que hemos perdido hay que volver a construir y qué mejor que definir cual es la cultura a defender y promover y legislar a qué competencias se dedican cada uno de los estamentos y sobre todo con qué criterios técnicos.. Concretemos todo el marco conjuntamente con todos los implicados, aunque haya que empezar esa dura pelea por explicitar primero a lo que NO tenemos que dedicarnos.. Empecemos por ahí, igual podremos empezar a aclararnos..

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    • Mil, millón de gracias a todos, de verdad! ….os parecería muy desconsiderado por mi parte que deje simplemente que el debate fluya sin responder como creo debería a cada uno?
      Me estáis regalando mil reflexiones que necesito digerir para sacarles todo el provecho, demasiado por reflexionar y repensar…, qué lujo.
      Gracias, de verdad!!

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    • Paula dijo:

      Hola,

      «Quizás tendríamos que hacer un encuentro en un territorio inaccesible e incómodo, un debate de días o de semanas, con representantes del sector y representantes políticos y sociales y establecer esos mínimos indispensables de protección y promoción»

      Sí, parece que la cultura es esto. Por lo menos para aquellas que «trabajan en el sector». Ellas deben decidir, ellas deben proteger, ellas deben promover. Mientras, las demás podemos esperar en casa con alguna reposición mientras se gesta el «nuevo modelo».
      Hay una producción de cultura emancipadora que ya está en marcha (de nuevo), inmune e indiferente a las crisis. Algunos expertos en teknoplítica o análisis de redes podrán confirmarlo mejor que yo, pero me da que independientemente del incierto futuro del «sector» las culturas seguirán adelante, gracias en gran medida a la descentralización de los servicios (autoproducción) y la capacidad de la red de re-conectarnos.

      Si hay futuro está en ceder poder al usuario/ciudadano, creo que tomar decisiones por otros no es solución a nada. Si nuestros impuestos en materia de cultura los pudiéramos redistribuir personalmente no nos harían falta tanta estadística justificadora. Y para aquellas que piensan que Shakira tocaría en todas las fiestas de pueblo un aviso: La gente es menos imbécil de lo que pensamos.

      Siento el lenguaje, no tengo tiempo para ponerme esdrújula, espero que nadie se sienta ofendida.

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      • Nani Soriano dijo:

        En el discurso Paula, se constata una tendencia que venimos notando desde hace mucho tiempo. La deslegitimación impostada del trabajador de la cultura, desde el gestor cultural hasta el propio artista. Y no sólo desde las propuestas de transversalidad de la cultura o de las propuestas llamadas participativas u horizontales, que huyen de la jerarquía, de esa mirada que se dice vertical desde esa cúspide alejada a la ciudadanía que opera incidiendo lo que debe consumir y de la manera en qué hacerlo, del empoderamiento del ciudadano como prosumidor.. etc.. , no sólo desde ellas, hoy el trabajador de la cultura, también es acosado directamente por las tendencias más neoliberales. En algo coinciden ambos. Somos incómodos. Unos porque nos ven como opresores y otros porque nos ven como agitadores. Huelga decir, por tanto, que el buen gestor cultural es el que tiene presente el territorio o la ciudadanía en la que opera. Algo deberemos hacer bien o tan mal para suscitar tanto interés.
        Acordar el marco de actuación es una medida urgente y necesaria, y si extrapolamos ese mismo conclave en el que he metido también a representantes sociales, a otros sectores nos encontramos con que no nos parece tan obsceno que alguien decida por nosotros. En sanidad o en educación no nos parecería tan aberrante que los profesionales que han dedicado su labor, su conocimiento, su estudio y sus años de trabajo, viviendo realmente de esto, tuvieran algo que decir sobre: qué atender o cómo atender, dónde recortar, o no, qué nos compete o qué no nos compete hacer en nuestro sector, cuáles son los programas, objetivos, proyectos, pautas, planificaciones en el sector educativo o sector sanitario con dinero público? ¿O mejor lo dejamos en las manos de cada uno de nosotros? Sería una posibilidad, pero te aseguro que de protocolos de urgencias y de los programas para formar a un arquitecto, yo, sinceramente no tengo idea.
        Lamento comprobar como se utiliza la palabra expertos, en ciertas áreas como en tecnopolítica o análisis de redes, pero no se trata igual de bien a los expertos en gestión cultural, ya que no se les ve competentes para tratar la materia en cuestión. En fin son cosas del momento en el que vivimos, de modas movimientos y snobismos. Y supongo que en general nos lo habremos ganado a pulso, por no difundir la realidad del trabajo que desarrollamos.
        Por otro lado me resulta una paradoja que nos rasguemos las vestiduras por la enseñanza pública y no promulguemos las bondades del famoso cheque educativo ( aludiendo a la libertad de hacer con los impuestos lo que cada uno desee) . Muy liberal, sin duda. La gente sabrá de la misma forma lo que hay que hacer con su dinero y con los impuestos de todos, ellos que tomen la decisión sobre la educación de los suyos. o no? A mi me rechina el contrasentido imperante en los mismos sectores sociales.
        Culturas emancipadoras las ha habido siempre, participativas y ajenas a los sistemas de producción, también, si es que le podemos llamar sistemas al tejido cultural que se creó desde la democracia hasta ahora.
        La autoproducción ha sido incluso en tiempo de bonanza el germen de la creación en este país, lamentablemente, y en cualquiera de los países de nuestro entorno, a no ser que juegues en la champions de la producción artística. Nada nuevo bajo el sol. Lo mismo de siempre. Quizás lo único que se ha podido obtener estos años atrás en ciertos subsectores ha sido un mínimo básico para profesionalizarse con calidad y alcanzar algún escalón alejando la precariedad. En otros, ni eso, han existido al margen. Pero precariedad, en todos los sentidos, siempre ha estado ligada a la palabra cultura. Por ello tenemos tanto talento fuera de este país, que se fue instalando buscando mejorar su calidad de vida y su trabajo en este molestamente denominado sector cultura y esto no de ahora, de siempre.
        En algo estamos de acuerdo, las culturas independientemente de lo que hagamos seguirán hacia delante, al igual que la vida, en contra de todo pronóstico, amputada, desnutrida, con más o menos esperanza de vida, pero siempre se abre paso.
        Y no te preocupes que no me siento ofendida, me entristece constatar la tendencia.

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    • Paula dijo:

      No me deja contestar tu ultimo mensaje, te lo dejo aquí:

      Hoy he conocido una triste noticia. Eliminan las elecciones en la universidad, un paso atrás. Las decisiones colectivas son poderosas, cuanto más colectivas más legitimidad tienen los proyectos. En las estadísticas de Goteo podemos observar como los proyectos con carácter social, es decir, aquellos que devuelven un bien general o común tienen más posibilidades de éxito. No me parece demasiado liberal, la verdad. Es cierto que proyectos de danza contemporánea tengan más dificultades en financiarse colectivamente, y eso debería ser una invitación a la reflexión.
      La capacidad de autoproducción en 2012 es posiblemente algo impensable en 1995. La técnica ha evolucionado tanto que un grupo de amigos puede hacer su serie y ser más vista que una gran producción. Bastante parecido con la música. En 1995 había casette, pero creo que hay un salto destacado hasta el P2P. El mundo cambia mucho. Sé que así destruiremos el Cine, o la Música, pero siempre nos quedará el cine y la música.
      Jamás podré discutir ningún aspecto sobre una operación a corazón abierto. Sí podré discutir algunos matices sobre modelos educativos. Pero creo firmemente que puedo opinar sobre los cursos que realiza el centro de mi barrio, o sobre la programación de festivales con dinero público, o sobre cómo se gestiona el patronato de un museo. No hace falta muchos másters, sino interés y comunidad. En el barrio donde vivo las fiestas son un gran logro, precisamente porque se implica todo el barrio, son nuestras. De igual modo todos aquellos proyectos (gestionados o no por la administración) que pertenecen a las personas que los habitan suelen ser exitosos.
      Las personas estamos dispuestas a luchar mucho por la educación y la sanidad, pues son derechos sociales, pero la cultura aun debe ganarse ese puesto, vaya, la Cultura.

      Un abrazo. Prometo no proseguir.

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  11. Alfred Sesma dijo:

    He estado pensando en todo lo que se dice y se reflexiona aquí y, desde mi profundo agradecimiento y admiración, me vienen a la mente un puñado de ideas que me atrevo a compartir.
    El otro día mi madre puso gasoil en un coche de gasolina. La máquina se retorció, traqueteó unos metros y se detuvo. Luego vino la grúa, lo llevaron al taller, limpiaron, cambiaron el filtro y el coche vuelve a andar. Buenos mecánicos.
    La historia de la idea de la cultura es una soporífera retahíla de etimologías y un constante desencuentro con la realidad empírica. Queramos o no, en el uso general, prima la idea de la cultura como instrumento legitimador de estatus. Uniendo esto al paternalismo y arrogancia intrínseca en la lógica de ciertas políticas culturales y su humillante vocación para dirigir los gustos de los pueblos nos encontramos en un momento en el que a la cultura le toca ser el borricón y pagar los platos rotos. !Cómo gastar en cultura cuando la gente no tiene trabajo! exclaman. A partir de este punto andamos a contrapié. En algo hemos fallado.
    Por otra parte creo que, si bien no somos nadie para reivindicar la cultura (se reivindica sola cada día en mil rincones del mundo), sí que lo somos para reivindicar nuestro oficio. Debemos asumir con humildad que no sólo los actores de la cultura son cultos, (del mismo modo que no sólo los médicos están sanos). A la vez que urge explicar con dignidad que la formación, la experiencia, la reflexión y el estudio no sobran a la hora de gestionar la cultura. Ahora más que nunca los buenos profesionales son necesarios y deben demostrar que son la opción más útil y eficiente.
    Se requiere de ellos para poner orden, buscar nuevas respuestas y engrasar una maquinaria a la que durante demasiado tiempo se le ha estado dando el combustible equivocado. Debemos buscar una grúa, llevarla al taller, limpiarla, cambiar los filtros y poner a andar de nuevo la cultura. Con alegría y buen humor.

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    • LaFundició dijo:

      La cuestión en todo este asunto no es si debemos dejar nuestra salud, nuestra cultura o nuestro coche en manos de personas negligentes o ineptas, parece bastante seguro que no. La cuestión fundamental es quién certifica y de qué manera se certifica el valor de los conocimientos de aquellas personas que realizan una actividad determinada.

      Hasta hace bien poco nuestros conocimientos eran certificados por el Estado a través del sistema educativo, que podemos llamar más ajustadamente sistema de escolarización o sistema de certificación; en la actualidad, la privatización de este sistema, desde la educación infantil hasta la Universidad, está dejando en manos del mercado la potestad de certificar nuestro conocimiento.

      Podemos decir que, de manera más o menos explícita, ambos modelos -el estatal y el privado, que han llegado a ser prácticamente uno solo- favorecen los intereses de las clases dominantes, entre otros muchos motivos, porque la escolarización no concede valor -no certifica- todos aquellos saberes y conocimientos que las personas adquirimos a lo largo de nuestra vida fuera de la escuela o de la Universidad, y en especial aquellos saberes subalternos, disidentes, etc.

      Un ejemplo de esto lo explica Julia Varela en «El nacimiento de la mujer burguesa»: las incipientes universidades europeas del siglo XII acusaron de brujería a aquellas personas, principalmente mujeres -muchas de ellas árabes-, que ofrecían diversos servicios, entre ellos formas de medicina natural; se les excluyó del sistema oficial de certificación del conocimiento médico y se les impidió así ejercer una actividad que representaba para ellas un modo autónomo de ganarse el sustento y un bien para las comunidades.

      De todo lo antes dicho puede derivarse otra pregunta: ¿Es posible imaginar y organizar sistemas comunitarios, distribuidos y entre pares de valoración y certificación del conocimiento?

      Ivan Illich hablaba de todo esto mucho mejor y más extensamente de lo que nosotrxs podamos hacerlo aquí -y además ofrece alguna respuesta a esta última pregunta- en su libro «Desescolarizando la sociedad», si os interesa el tema y no lo habéis leído ya, os recomendamos que le echéis una ojeada.

      En segundo lugar también nos parece necesario repensar la noción de profesionalización y especialización del trabajo (cultural o no) porque ambos fenómenos son producto, y a su vez un requisito, del proceso de industrialización, y por tanto mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo y de acumulación de capital en manos de unos pocos. Precisamente Jaron, en esta entrevista en Nativa (http://www.nativa.cat/2010/09/entrevista-jaron-rowan/) mencionaba la tesis expuesta por Marshall Sahllins en su libro «La economía en la Edad de Piedra», según la cual para asegurarse el sustento un ser humano debería trabajar tan sólo dos o tres horas diarias. Si fuésemos capaces de repartir equitativamente los trabajos de reproducción y asegurar una renta básica universal ¿No podrían dedicar las personas su tiempo a crear y gestionar sus propias manifestaciones culturales, sin la intervención de especialistas ni expertos? Esto nos remite al famoso pasaje de «La ideología alemana» en el que Marx y Engels describen una sociedad «posthistórica» en la que los individuos en lugar de ser forzados a «una particular, exclusiva esfera de actividad» podrían realizarse «en la rama que deseen». Esto «hace posible para mí hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, criar ganado en la noche, criticar después de la cena, tal como tengo en mente, sin llegar a ser cazador, pescador, pastor o crítico».

      Nos hemos metido de lleno en el terreno de la utopía y no sabemos si vivimos una época en la que podamos permitirnos ese lujo o, todo lo contrario, el pensamiento utópico es absolutamente necesario para desmontar la idea de que las cosas son como son y no pueden ser de ninguna otra manera.

      Una última referencia que puede ser muy útil en este fregao y que nos llegaba hace un par de días: Ricardo de AMASTÉ enlazaba en Twitter este ensayo (http://t.co/TC2a1bAn) de Greg Evans titulado «Art alienated. An essay on the decline of participatory-art»; aún no hemos tenido tiempo de leerlo, pero en el sumario el autor escribe: «This essay argues that art has been reduced to a commodity by capitalist economy and culture; as a result, people buy art rather than make it for themselves. The essay’s basic contention is that the decline of participation in making art has resulted in a general alienation from art». La primera parte del ensayo «discusses the various ways pre-capitalist cultures (with a focus on Medieval Europe) managed to integrate art into the fabric of daily life and the resulting widespread participation of its members in the making of art.» Ahí lo dejamos como una referencia más para el debate 😉

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